Tiempo de silencio by Luis Martín-Santos

Tiempo de silencio by Luis Martín-Santos

autor:Luis Martín-Santos [Martín-Santos, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T05:00:00+00:00


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Estaba recubierto de una alfombra áspera cuyos largos pelos, al pisar sobre ellos, se doblaban hacia un lado. El portero grueso, vestido de azul, con la cara roja, bien afeitado, se precipitó con mansos saltos de balón de goma y les abrió la puerta del ascensor inclinándose. En aquel portal olía a un ozonopino perfeccionado distinto del de los cines de barrio. El ascensor subía muy lentamente sin ruido y en tres de sus lados había espejos. También tenía una gruesa alfombra roja. En un extremo de la cabina una pequeña banqueta forrada de terciopelo ofrecía un descanso a los fatigados aeronautas. Alertado por algún misterioso mecanismo no sonoro, la puerta del ascensor fue abierta por un criado vestido con chaqueta gris, estrecha, de botones metálicos. Este criado, delgado y flexible, tenía el pelo rizado y los Ojos verdes. Se inclinó también, pero de otra manera que el portero, haciendo con la boca un gesto que era a la vez sonrisa y rictus irónico. Salmodió algunas palabras confusas en que «señorito» aparecía y desaparecía perdida entre otras más vagas. Parecía poder inclinarse sin dejar de estar, al mismo tiempo, muy estirado. La ajustada chaqueta gris le apretaba sobre todo en el cuello que recogía adherentemente como los uniformes de los botones de los hoteles y los de los oficiales de algunos ejércitos ya desaparecidos. Con soltura asombrosa logró cerrar las puertas interiores de la cabina y las metálicas de la verja de la escalera y situarse en la de la entrada de la casa (abriéndola de par en par), mientras que ellos se deslizaban con paso rápido a lo largo del descansillo en el que sobre la alfombra fundamental, se había extendido una segunda capa de una tela más clara con algún ignorado objeto, tal vez protector, tal vez de refinamiento no asequible a pies calzados con zapatos no-a-la-medida. Al andar, el criado oscilaba sobre los ágiles tobillos y dejaba caer sus manos péndulas con unos largos dedos prestos para cualquier servicio inesperado, tal como colocar una porcelana que ha resbalado fuera de su sitio, aproximar un cenicero repentinamente necesario, apoderarse de una prenda de abrigo, oprimir un interruptor subrepticiamente oculto bajo una moldura dorada, señalar con un índice sin anillos la dirección en que deberían desplazarse los señoritos para alcanzar el lugar en que deseaban ser depositados.

Incluso para Matías —cuya la casa era— tenía que resultar el pasillo demasiado ancho y el criado demasiado ubicuo. Pedro se movía difícilmente envuelto por la magnificencia. Los grandes cortinones parecían arropar un aire específico impidiendo que se introdujera el vulgar aire de la calle impurificado por miasmas. Las lámparas indirectas daban su luz refleja tras haberla hecho chocar contra unos viejos óleos de los que su intensidad parecía levantar la pátina y craquearla más rápidamente que el paso del tiempo ordinario. Al final del largo corredor se abrían unos salones semejantes por sus dimensiones al refectorio de un convento, pero que en lugar de mostrar la larga escualidez de las mesas de



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